24fps SK

Jaime Urrutia (Gabinete Caligari) en su célebre “Al calor del amor en un bar” definía las interacciones sociales en las cervecerías de las que tanto gustamos en esta parte del mundo. Y todo el mundo tiene un bar de su vida, un garito en el que disfrutó de interminables horas de ocio. En Salamanca, existía un bar, extinto ahora, sito en la calle Consuelo, llamado “La Iguana” donde los asistentes compartíamos sudor y pisotones, cuando, como derviches enloquecidos, montábamos un pogo al ritmo de “Bullet with butterfly wings” de The Smashing Pumpkins o el “Rattamahatta” de Sepultura. De aquellas noches inolvidables, descubrimos bandas como Primus, The Breeders o Green Jellÿ.

De estos últimos, descubrimos la autoproclamada “Peor banda del mundo” y su álbum de 1992 “Cereal Killer”, un proyecto de once vídeos que los llevaría a la fama, con temas como el legendario “Three Little Pigs”. Para ser la “peor banda del mundo” contaban entre sus filas con un batería llamado Danny Longlegs, aka Danny Carey, que fue posteriormente el batería de los progresivos Tool. Y cuando un batería utiliza figuras geométricas sagradas (como el hexagrama unicursal) a la hora de componer sus líneas percusivas, oh, niños y niñas, hay que seguirle la pista.

hexagrama unicursal

Suele ser común en los músicos utilizar una serie de recursos con el objetivo de escandalizar, llamar la atención o señalar la parte sórdida de la sociedad. También es común un sentido del humor caustico, y los chicos de Green Jellÿ no iban a ser menos. Jugando con la homofonía, como digo, en 1992 se marcaron aquel “Cereal Killer”. Cereal /ˈsɪərɪəl/ Vs. Serial  /ˈsɪərɪəl/.

Y es que, desde que a mediados de la década de los setenta, el criminólogo Robert K. Ressler, creador de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI, acuñara el término, el /ˈsɪərɪəl ˈkɪləʳ/ ha formado parte de nuestro acervo cultural. Moviéndose entre el hombre y el monstruo, a 24 fotogramas por segundo (24fps), el /ˈsɪərɪəl ˈkɪləʳ/ se ha asentado en nuestro consciente colectivo, entrando a formar parte de nuestro imaginario de horrores cotidianos.

[…] El inspector de homicidios XXXXX XXXXXXXXX abre la carpeta y saca los informes periciales de la última víctima del “Asesino Fibonacci”. Contempla, con una mezcla de hastío, estupor y curiosidad, las fotografías adjuntas. Presupone parte de lo que se va a encontrar. En primer lugar, los resultados infructuosos del informe de la unidad científica: han barrido por dos veces la escena del crimen con todas las técnicas de que disponen sin encontrar una pista: ni un cabello, ni un trozo de piel, ni una huella dactilar. El Principio de Intercambio de Locard no sirve con el “Asesino Fibonacci”. Como una aséptica brisa de aire, entra, hace su trabajo y desaparece. Como un fantasma. En segundo lugar, los informes forenses. La víctima sufrió indeciblemente antes de su muerte. XXXXX sostiene ante sus ojos la hoja con los datos médicos y, a continuación, saca el tercer informe, el de los psicólogos especializados en ciencias del comportamiento, y sus ojos van saltando de uno a otro. La novena víctima es un varón, caucásico, de treinta y cuatro años. Treinta y cuatro, el noveno término de la famosa sucesión matemática. Y el inspector reconoce el trabajo de su antagonista en cuanto observa las fotografías. Primero, hace desaparecer al individuo, le borra la identidad, lo aliena. Las huellas dactilares están quemadas con ácido, probablemente sulfúrico. Luego, le extrae las treinta y dos piezas dentales. Ambos procesos mientras la victima está aún consciente, posiblemente paralizada por una dosis adecuada a su peso de tetrodotoxina. A continuación, reduce al individuo, al gigante, en este caso, un famoso bróker financiero, a la mínima expresión. Para ello, ha amputado brazos y piernas en sus inserciones con el tronco, y ha vuelto a coser las manos y los pies a los hombros y a la entrepierna, dándole un aspecto grotesco, cómico, de enano. Le ha cosido también los párpados y la boca, porque, como se suele decir, “Dead men tell no tales”. Una vez completada dicha operación – muy probablemente con la victima todavía viva – le ha dado una nueva identidad, confeccionando una carta de tarot a partir de una fotografía tomada a la víctima: un trabajo delicado, con una impresora de muy alta calidad, dada la compleja filigrana que rodea la instantánea. El título de la carta: El homúnculo. Dicha carta se la ha clavado al cráneo con un bellote. Para finalizar, y utilizando los huesos de los brazos y las piernas amputados, ha creado una figura geométrica regular en el centro de la cual ha colocado el cadáver de su víctima. Húmeros, cúbitos, radios, fémures, tibias y peronés: un burdo y grotesco remedo del hombre de Vitrubio. Pero el inspector de homicidios XXXXX XXXXXXXXX sabe que en toda esa carnicería se oculta el número ɸ, la proporción áurea, la relación entre cualquier término de la serie de Fibonacci y su término precedente: la relación entre la altura del hombre y la longitud de sus brazos y de sus piernas, la razón entre el brazo y el antebrazo, entre la pierna y el muslo, esa división que siempre tiende hacia el número áureo, hacia phi. […]

Lia R. Glib, Phi y la oscuridad.

No, niños y niñas, no existe Lia R. Glib, no existe “Phi y la oscuridad”. Son un simple juego, un álter ego creado ex profeso para esta entrada. Sólo hace falta un poco de conocimiento de matemáticas, de alquimia y de otras ciencias para crear al monstruo.

Como digo, el término /ˈsɪərɪəl ˈkɪləʳ/ fue acuñado por Robert K. Ressler, la persona que creó la división entre los /ˈsɪərɪəl ˈkɪləʳ/ organizados y desorganizados, por empezar por alguna parte. Es cierto que el desorganizado no presenta ningún problema mayor, puesto que estos padecen algún tipo de enfermedad mental, una pulsión momentánea que los lleva a actuar irracionalmente, sin planificación y presas de un frenesí que les lleva a olvidarse de los detalles. Siguiendo el Principio de Transferencia de Locard – siempre que dos objetos entran en contacto transfieren parte del material que incorporan al otro objeto – es más fácil dar con ellos. Es el organizado el que, como un supradepredador, aterra, pues suelen ser personas de gran inteligencia (Ted Bundy llegó a defenderse a sí mismo en los juicios contra su persona), o gente con un trato encantador y partícipes en labores sociales (John Wayne Gacy participaba en fiestas para niños disfrazado como Pogo, el payaso). Y eso es lo que los hace terribles: son nuestro vecino de al lado, la persona de la cual nunca sospecharíamos, el vecino amable que nos saluda cada mañana cuando nos dirigimos al trabajo. Y necesitamos creer que los esfuerzos denodados del agente de policía XXXXX XXXXXXXXX llegarán a buen puerto, que conseguirá detener al monstruo antes de que actúe otra vez, pues es el último reducto entre la locura organizada, fría y analítica del Asesino Fibonnaci y nuestra realidad.

Encerrados en la seguridad de nuestras jaulas, somos como el buzo sumergido que, admirado, ve pasar un gran tiburón a un par de metros. Silencioso, letal, los ojos muertos, como de muñeca. ¿Y no sentís la necesidad de extender vuestra mano para tocar su lechosa panza? Un prurito que tortura la punta de vuestros dedos, que os obliga a alargar el brazo fuera de la seguridad de los barrotes, aun a sabiendas de que es una locura. Nosotros, sólo nos atrevemos a rozar la locura, mientras que ellos la viven, la crean y la sienten con todo su ser.

Sí, niños y niñas, a pesar del poético aspecto con que se ha revestido al /ˈsɪərɪəl ˈkɪləʳ/ en las películas (a 24 fps), habéis de saber que el /ˈsɪərɪəl ˈkɪləʳ/ organizado está ahí fuera, se mueve entre nosotros, interactúa con nosotros y es encantador. Nunca pensaríais que una persona tan amable escondiese un monstruo semejante. ¿Quién lo iba a decir? Sí, niños y niñas, ya sabemos todos las frases que se dicen siempre y se repiten hasta la saciedad. Somos animales de costumbres, y el /ˈsɪərɪəl ˈkɪləʳ/ es nuestro cazador.

Podría ser tu amigo, tu vecino… o yo.

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